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Una dosis de vida

  • Michelle Barbosa
  • 30 jul 2016
  • 5 Min. de lectura

Nacida en Bogotá, criada en Medellín, esta es la crónica de una mujer que nació siendo víctima creció con otra familia y termino siendo su propia victimaria en las garras de una enfermedad que la hizo tomar la mejor decisión de su vida.

Una dosis de vida

1.75 de estatura, cabello crespo y oscuro hasta los hombros, un color de piel blanco casi rosado, ojos pequeño y expresión de recuerdo, esa expresión en donde es posible ver la melancolía de un pasado gris que hoy es verde (por lo de la esperanza), una expresión de serenidad, acompañada de tristeza y superación.

Mientras hacia la entrevista, podía ver cómo le molestaba que su propia voz contara los hechos, así que como un humano que se pone en los zapatos del otro, al terminar la grabación de una historia contada con lágrimas, sonrisas, y hasta miedo, me dispuse con todo el amor y compresivo a hacerle saber que no publicaría la entrevista, si no que escribiría esta crónica.

6 años o siete, a esa nadie es culpable de nada, ninguno ha hecho nada para merecer x o y, pero a veces la vida le trae ciertas situaciones, todas ellas para crecer. Golpes de su madre, maltrato hacia su madre por parte de un padre alcohólico e infiel, victima desde niña por una familia disfuncional.

-Mami, mami, yo quiero estar con usted-. –llévensela entonces si pueden cuidarla mejor, porque yo no-. Son las últimas palabras que recuerda haber escuchado a su madre luego de ser adoptada por una familia típica paisa. 9 hermanos, amor, comprensión y un refugio perfecto para el monstruo que se aproximaba lentamente sin saberse. Aunque no todo era bello, y nunca lo fue para esa pequeña criatura; a los 7 años tuvo que encontrarse con la enfermedad sexual de un hombre que cogía sus senos, y después de hacerlo, le daba una moneda por ello.

-Era una impotencia total, con solo 7 años no podía reaccionar ante eso, pero si creé un resentimiento profundo por los hombres desde ese momento- cuenta la protagonista de esta crónica con algo de rabia aún en sus ojos.

El dolor de su pérdida más grande la dejo quebrantada. Ni el amor exagerado que recibía por parte de su familia adoptiva evitar su encuentro fatal con las drogas, y en ellas encontró la salida más rápida a todo su sufrimiento.

En el presente, tomando unos mates y escuchando tango, el atardecer de fondo además de la música y en la comodidad de su casa, hay un silencio de dolor que no puede contenerse. Se toma además de un sorbo de la yerba, un respiro profundo. Saca sus mascotas, dos perritas. Mientras tanto me quedo en la soledad de un cuarto lleno de luz y energía, preguntándome que más pudo pasarle y como se ha vuelto su propia victimaria.

En su adolescencia y gracias también a su aspecto físico y estatura, fue muy respetada por la gente de consumo del Barrio Manrique en Medellín, donde entonces vivía. Aunque su familia adoptiva sabía sobre su drogadicción, no creían que fuera tan grave como realmente era.

Siempre vivió en un ambiente oscuro de degradación, nunca habito la calle y por el contrario su adicción a las drogas la hizo trabajar desde muy joven. A los 15 ya tenía un carro, -Para fumar los pipazos-. Pero siempre de fondo como el tango en nuestra cita, el dolor se encontraba latente en su vida. Logró entrar en la universidad de Antioquia y como enmienda con sus padres estudio una carrera que a ellos les había gustado mucho, Odontología. El dinero de su trabajo cuando ejercicio su carrera empezó a abundar. Le iba muy bien en su consultorio, pero las drogas siempre estaban acompañándola.

-Me volví mi propia victimaria, y claro que algunas veces también victimaria de otros, los golpeaba o los obligaba a consumir si querían estar en mi núcleo, pude haber dañado muchas vidas como la mía a causa de mi locura, me tiraba a morir, consumía muchísimo y como tenía todo lo que superficialmente la sociedad acepta como estabilidad, mi cabeza pensaba que llevaba una buena vida pero mi corazón y la verdadera honestidad de mi ser y mi alma sabía que mi emocionalidad estaba acabada. Vivía en un mundo negro y sin un toque de espiritualidad. Ah! Y Dios me había dejado sola, lo odiaba-.

Desesperada por el descubrimiento de que su alma se sentía vacía, decidió con su pareja tener dos hijos, buscando la motivación más fuerte, que para ella, alguien podría tener para dejar de consumir. Intento fallido, los 4 y 5 primeros años de su hija y su hijo, los vivió igual que sus 20 años de consumo anterior a ese hecho.

Mientras recordaba el hecho que la obligo a cambiar su vida, unas lágrimas se asomaron en sus pequeños ojos, pare la entrevista. Cogí mi cámara en el momento en que ocultaba su rostro de mis ojos para que no la viera llorar, y oprimí el botón de captura. Allí pude darme cuenta de que ya estaba cayendo la tarde. Y seguimos con la entrevista sin cruzar palabra diferente a la de su relato.

La adicción a las drogas la había hecho tocar muchos fondos, más sin embargo la negación de su problema no le permitían tomar cualquier decisión para dejarlas. Pero un día en el que lo tenía todo, lo perdió todo también. En su consultorio de odontología, la descubrieron consumiendo sustancia psicoactivas, por lo que perdió su licencia profesional. Adicional a este hecho, el padre de sus hijos aprovecho la situación y la demando en contra por la potestad de sus hijos.

Fue obligada a dejar de consumir, y su motivación en un principio se convirtió en la razón de su limpieza. Si volvía a consumir perdía a sus hijos, no había nada más que hacer, o paraba o perdía a su propia familia, la que si era suya. Sometida a pruebas diarias en medicina legal para demostrar que no consumía, su adicción era tal, que para no ir a “metermelo” como lo relata ella, tuvo que esposarse en su cama por las noches para no hacerlo.

Entro a un grupo de apoyo y allí pude hasta perdonar a su madre Biológica, tener el deseo diario de no volver a consumir, de no ser su propia victimaria, de vivir. Una dosis de vida. Hoy es una mujer que hace diariamente un inventario que en que falla y que logra, está en constante cambio, cree en un poder superior como lo concibe y ataca diariamente su enfermedad, la de la adicción, una enfermedad que no tiene cura pero si recuperación, la enfermedad que la obliga hoy a vivir mejor.

En la sociedad y la vida diaria, hay cantidad de victimarios, como en esta historia el enfermo sexual, el que roba, el que mata, cada uno tiene una historia también, un pasado que recrea una y otro vez y un dolor y vacío que trata de llenar con lo que sea, encontrando siempre la forma incorrecta. Pero muchas veces no nos damos cuenta de que podemos ser victimarios de nosotros mismos. El pasado de esta mujer le dejo como consecuencia una enfermedad incurable, mortal y progresiva, aunque nunca robo, ni mato gracias a los valores de su familia adoptiva, duro casi 21 años intentando matarse a sí misma. Un victimario puede ser cualquiera, y de cualquiera.


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