¿Por qué lastimar a otros? Más allá del victimario.
- Diana Catalina Munevar Fernandez
- 6 ago 2016
- 2 Min. de lectura
Como habíamos dicho la semana pasada, Manuel comenzó en un mundo lleno de infractores tras una llamada que realizó movido por la falta de dinero y la poca cabeza fría que un hombre de veinti tantos puede tener, su relación con Ester era cada vez más seria al punto que casi tras un año de convivencia Ester quedó embarazada. Manuel cuenta que comenzó haciendo cosas pequeñas para el amigo de la familia, como recibir paquetes sellados o manejar el carro del “patrón” como él le dice a su ex jefe; “en ese tipo de cosas hay que ganarse la confianza para que después te vayan dando más vueltas para hacer”, es lo que decía Manuel.
Al comienzo era fácil todo, ¿a quién no le gusta recibir mucho dinero solo por guardar paquetes o conducir carros?, creo que esa era la visión de nuestro protagonista lo que él nunca dimensionó es que una cosa iba a llevar a la otra y tras algunos años ganándose la confianza de su “patrón” pasar al siguiente nivel sería realmente serio; un buen día a Manuel le dijeron que debía viajar a Cali para ayudar con un asunto importante y él sin pensarlo tomo el vuelo programado que tenía y se dirigió a casa de su jefe, allí la instrucción fue corta y clara, “debes ayudar a secuestrar a un comerciante”, Ester con lágrimas en sus ojos me cuenta como su esposo le narró en una ocasión lo que sintió al tener por primera vez que portar un arma y vivir la adrenalina del peligro, pues al parecer los secuestros, extorsiones y demás oscuros asuntos que debía tratar Manuel en su trabajo eran con personas igual de peligrosas que su jefe, la guerra entre micro-traficadores es algo que una persona de buen vivir no puede imaginar. Al comienzo Manuel solo ayudaba a llevarse a las personas manejando la camioneta en la que se realizaba el secuestro, desde luego nunca era el mismo vehículo el que se usaba; luego cuando la adrenalina dejó de sentirse y el dinero comenzó a triplicarse y los secuestros ya no solo eran de personas que se movían en el mismo mundo de Manuel.
Viajaba con frecuencia a México y Cali, en México se encargaba de negociar con droga y en Cali los trabajos de extorsión y rescates. Así vivía Manuel una doble vida, en casa un abnegado padre y esposo que vivía también eternamente agradecido con su madre por haberle tendido la mano cuando lo vio mal. Sus hermanos se alejaron y su padre nunca hablaba; su mamá se codeaba con gente de dinero y comenzó a mejorar su figura, desde luego gracias al bisturí y el dinero que su hijo generosamente compartía con ella. Le pregunté a Ester si su esposo no se arrepentía de todo esto, causarle angustia y sufrimiento a otros con los secuestro e incluso de haberla engañado por tantos años… ella me dijo que sí que al comienzo no lo veía arrepentido por más que él decía estarlo, pero que un día después de algunas semanas en la cárcel la mirada de su esposo había cambiado y que el arrepentimiento que tantas veces había escuchado lo veía en sus ojos mezclados con tristeza y dolor.

Diana Catalina Munevar Fernandez.
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